30.4.06

LICENCIADO



Fue en 1958, hoy hace 48 años que por fin había llegado el día tan ansiado de dar por terminado el período de mi servicio militar. Se habían terminado las guardias en el cuartel de la Maestranza de Artillería, las del castillo-prisión de Montjuïc, las interminables mañanas tecleando la máquina de escribir en la oficina de Municionamiento bajo el mando de un comandante y un teniente.
Fueron 20 interminables meses en los que hubo anécdotas de toda índole, pero que una vez superados los primeros, ya te vas buscando la vida como por ejemplo, en vez de frecuentar la cantina para comerte el chusco con anchoas, me iba al bar de oficiales y me juntaba con otros espabilados para dar buena cuenta de unos excelentes desayunos. En la “mili” la veteranía es un grado que te ayuda a sobrellevar los malos ratos.
Lo que se dice aprender, aparte del calibre de la munición y de los cañones, poca cosa más. Lo mejor, tener las tardes libres para poder desarrollar mi trabajo personal en el negocio de mi padre. Lo más incómodo fueron los tremendos madrugones que tuve que aguantar para poder pasar lista a las siete de la mañana después de necesitar casi una hora para poder llegar al cuartel. Al principio tenía que coger un tranvía y un trolebús para llegar a destino, mas tarde ya me pude comprar una vespa y el trayecto se hizo más cómodo.
De todo éste episodio tan lejano, ha quedado la buena camaradería que conservo con una treintena de compañeros con los que nos reunimos una vez al año para celebrar con una cena, las inolvidables anécdotas que vivimos en aquellos años de nuestra juventud.

No hay comentarios: