TRANSPORTES
Para mis desplazamientos por Barcelona utilizo normalmente los servicios del metro por su rapidez y el corto tiempo de espera entre uno y otro convoy.
A escasos metros de mi casa, tengo una parada del bus que no suelo utilizar por que la frecuencia de paso es superior a los veinte minutos y normalmente cuando lo estoy esperando, hace poco que ha pasado. La espera al borde de la acera me produce una sensación de impotencia y frustración. Es evidente que viajar en bus es mucho mas ameno, por que te permite distraer la atención contemplando el paisaje urbano y no tener que estar pendiente de los usuarios que te rodean.
En cambio en el metro, si el trayecto es de varias estaciones, la única posibilidad a tu alcance es ir observando disimuladamente a los otros pasajeros para observar estratégicamente su compostura.
Los hay de todas las razas, de todas las edades, de diversa condición.
Unos van con la mirada perdida, ensimismados en sus problemas. Otros mantienen entre sus manos un libro enfrascados en su lectura. Algunos ojean el diario gratuito que olvidarán al final del trayecto. Y lo que mas me llama la atención, son los que van con los auriculares oyendo su música preferida y los que con beatífica postura, entornan los ojos para disfrutar de unos minutos de sueño atrasado.
Estos últimos siempre son jóvenes que por alguna circunstancia aprovechan éstos descansos para recuperar las horas dedicadas a sus entretenimientos favoritos.
Viajar en el metro es para un hábil observador, la historia de múltiples vivencias que cada uno de sus protagonistas deja reflejadas en su comportamiento habitual.
En los transportes urbanos es donde se halla la verdadera dimensión de la realidad humana, la voz silente del ciudadano anónimo que siempre sueña por un futuro mejor.
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