BULAS
La mayoría de los que lean este relato ignorarán el significado de esta palabra que hoy en día está en desuso por lo que concierne a su significado religioso.
La primera vez que la oí fue en mi lejana infancia, en la época del racionamiento de todos los productos básicos para nuestra alimentación, cuando tenías que acudir a la panadería y al colmado provisto de tu cartilla rellena de cupones con los cuales tenías derecho a unas raciones mínimas de pan negro elaborado con harina de algarroba y a unos pocos gramos de azúcar, harina, chocolate y algunos decilitros de aceite de soja.
La leche y la carne, entre otros alimentos prohibitivos, sólo estaban al alcance de los mas favorecidos económicamente por su adhesión al nuevo régimen.
Recuerdo que cuando llegaba el tiempo de cuaresma, desde el púlpito de la iglesia del pueblo en donde viví, nos comunicaba el cura en tono paternalista, la obligación que teníamos los fieles de abstenernos de comer carne los viernes en ese período de abstinencia. Ni tan siquiera una modesta salchicha, ni una humilde butifarra y mucho menos un sabroso filete de ternera. Pero....... siempre hay un pero, los que quisieran tener el beneficio de una bula que les daba permiso para sortear la prohibición, habían de conseguirla bajo el pago de una cierta remuneración monetaria solo al alcance de los mas pudientes.
Hoy en día continúa habiendo bulas de toda índole y siempre las disfrutan los mismos de antaño. Siempre hay una línea divisoria entre la mayoría que disfruta de unos medios de presión política y religiosa y el que continúa con su cartilla de racionamiento bajo el brazo. Vamos con nuestros cupones haciendo cola pacíficamente para que nos sean reconocidos nuestros derechos democráticos y siempre topamos con la prepotencia del que ignora nuestros ancestrales sentimientos.
Si pagas la bula, puedes comer carne. Si eres pobre, te aguantas.
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