10.5.04

Como ya dejé expuesto en éste diario, en mi infancia nos llevábamos la cena al cine. Un trozo de pan con chocolate para el recreo en el colegio. Un bocadillo de mortadela compartiendo mesa con albaranes y teléfonos. En el vagón del tren, los que venían de mas allá de cien kilómetros, abrían sus fardos de cuyo interior empezaban a desparramar encima de los asientos, los chorizos del pueblo y fiambreras conteniendo guisos originarios de su cocina. Armados con rebanadas de pan que sumergían en la salsa y tras chuparse los dedos para no desperdiciar nada, se los limpiaban en los macramés de MZA. El suelo del compartimiento queda rebozado de migas de pan, restos de papel de estraza y chorros del vino que no siempre ha seguido el camino de la bota a la boca.









Un grupo de obreros entra en el bar mas próximo a su lugar de trabajo. Ocupan las mesas y piden una botella de vino. Despliegan el papel de plata que envuelve su bocadillo de morcilla ó caballa y una vez han dado buena cuenta del almuerzo, vuelven a sus labores dejando un rastro de suciedad y desorden.











De las opiniones que mas nos quieren destacar, después del primer día del Fòrum, son la de los que expresan sus quejas por no poder entrar con alimentos y bebidas. Comprendo que es una medida muy drástica y que sólo va encaminada a favorecer a los que tienen una concesión para la venta de éstos productos, pero también pienso que dada la desidia con que se comporta la mayoría del personal cual caballo de Atila, es conveniente culturizar a los que desde siempre no respetan las mas mínimas normas de convivencia y respeto al medio ambiente.

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