30.4.04

Como cada día desde hacía veinte meses, a las siete en punto de la mañana, formábamos en el patio de Maestranza de Artillería para pasar lista.

El cabo iba nombrando por su nombre y primer apellido a los que teníamos pase de pernocta. Cuando llegó al último de la lista, que era yo por mi apellido, contesté alto y claro: Rodríguez.

Con la respuesta protocolaria del segundo apellido, ponía fin a mi compromiso militar como voluntario en el ejército.

Por fin había llegado el tan ansiado día de la licencia. Atrás habían quedado los servicios de armas, los de cuartel, la oficina de municionamiento, los desayunos en el bar de oficiales, las guardias en Montjuic, la incertidumbre de ir a Sidi Ifni o ser sospechoso de tráfico de armas, yo que sólo era el escribiente de mi oficina.
Aprender, no aprendí nada positivo, pero lo mejor fue los muchos amigos que tuve y que a pesar de tantos años como han transcurrido, seguimos manteniendo una relación de amistad.

Una vez finalizamos la entrega de todas nuestras pertenencias militares, nos fuimos a celebrarlo con una espléndida comida en un restaurante de la calle Cristina, junto a la plaza Palacio. Por la tarde enfilamos hacia el paralelo, al Teatro Apolo, y para finalizar la noche, unas copas con los mas decididos y .............

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