25.3.04

Acabo de leer un correo que me envía mi amigo Joaquim, en el cual me comunica haber asistido a una prueba que le han hecho en TDT, Televisión Digital Terrestre.

Hasta éste momento ignoraba la existencia del mencionado medio, pero cada día vamos aprendiendo una cosa más que nos va enriqueciendo y descubriendo nuevos horizontes que la tecnología pone a nuestro alcance.
Con éstas premisas, tendré que plantearme la futura compra de un televisor digital, para el que no es necesario ni parábolas, ni el sistema por cable. Con un sintonizador incorporado se podrá acceder a cualquier canal de televisión.

Lo que me planteo es de donde voy a sacar el tiempo necesario para tanta maravilla.

En la década de los cincuenta, mis cuitas eran otras. Un día de primavera, subía por la calle Aribau para entregar un pedido en La Vinícola, bodega que hacía casi chaflán con la calle Córcega y después de la entrega, veo a una chica morena, guapísima, que salía de un taller de imprenta, empujando un carrito de mano repleto de recortes de papel.

Fue una fugaz mirada que nos cruzamos de acera a acera, pero que nunca olvidaré por la ternura de aquellos ojos que intuí de amor y serenidad.
Por las tardes me tocaba el trabajo de oficina, pero la merienda no la perdonaba. En la panadería de mi calle me compraba un “llonguet” y en el colmado del maño, mortadela de Teruel. Siempre a la misma hora para toparme con mi amor platónico, una morena que me hacía latir el corazón a un ritmo acelerado. Para distraerme de tantos efluvios románticos, entraba en la pequeña librería para alquilar por dos pesetas las novelas del FBI.
Entre el televisor digital y las chicas de mi juventud, me quedo por mayoría absoluta, con la candidez y la emoción limpia de aquellos lejanos años.

No hay comentarios: