14.1.04

A mediados de los setenta aún era normal ver por las calles gente corriendo delante de los grises. Por esa época también se puso de moda el barrio de la Merced a donde se solía ir de “vidrios”. En las calles Avinyó, Gignas, Ancha ó la Merced, se multiplicaron las tascas en las que cada una tenía su especialidad, desde los cacaos de La Abuela, pasando por la cecina, los tigres picantes, la mini tortilla ó el jamón canario. Igual te lo comías encima de una bota de vino que hacía las veces de mesa, que en la tercera fila delante de la barra, luchando para conseguir llegar a que te sirvieran.
En la calle Cristina, en las galerías del puerto, había una bodega que para beber sólo era a base de cava, tenían de todas las marcas y no más caro que si fuera vino ó refresco.
Cuando tocaba ir a cenar a un restaurante, teníamos Mi Burrito y Yo, junto a la plaza San Jaime; el Agut de la calle Avinyó o El Túnel de la calle Ancha.
Fueron los tiempos de la transición, dejando atrás la larga dictadura y con la esperanza de un giro político que nos trajera la tan anhelada democracia, por la que muchos lucharon para hacerla posible.

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