12.1.04

Es increíble lo que se puede hacer teniendo tres hijos pequeños, Vicente con cinco años, Virginia con tres y Víctor con pocos meses. Un puente de cinco días, un seiscientos, la abuela de Soria y los 32 años que teníamos. Mientras nuestros hijos se quedaban entusiasmados con su abuela y sus tíos que se desvivían por ellos, Mari Luz y yo nos fuimos a dar una pequeña gira por el norte en la que yo tenía conocidos y deseaba saludar. Estuvimos en Burgos admirando la Catedral y el papamoscas, después fuimos a León donde pernoctamos en el Hostal San Marcos y con mi amigo Andrés visitamos las cuevas de Valporquero. Después nos presentamos en Solares, en Santander, y mis amigos los hermanos Garmendia nos invitaron al pueblo de Isla, a una comida a base de langosta que previamente habíamos seleccionado en el vivero del restaurante. La inolvidable sardinada en el barrio de pescadores del puerto de Santander, el recorrido por toda la cornisa cantábrica, desde Laredo y Zarauz, hasta Bilbao y San Sebastián. Había que regresar no sin pasar por el pueblo que tiene mi apellido, en la provincia de Burgos limítrofe con Santander muy cerca de Espinosa de los Monteros, donde pude acariciar unos bueyes uncidos al yugo de la carreta y filmar encaramado al seiscientos la pequeña iglesia y una pequeña fuente de tres caños y el rótulo indicativo del lugar. Ya por último recogimos a nuestros hijos y volvimos para continuar con nuestra vida diaria, esperando la próxima salida que tanto disfrutábamos.

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