7.12.03

Cuando empecé a estudiar, en la clase de religión y con el catecismo en la mano, me enseñaron que había un cielo para los buenos y un infierno para los malos. Si seguías al pié de la letra los diez mandamientos, tenías ganado el primero. Pero como te desviaras de ésta norma, todo sería crujir y rechinar de dientes en el segundo para toda la eternidad. Si tenias que comulgar, no podías comer doce horas antes ni beber en las tres anteriores. Tenías que ser célibe hasta el matrimonio. El placer solitario te condenaba a la ceguera. Tenías que confesarte, contar tus pecados y arrepentirte de ellos. Nunca me hablaron de otras religiones, de otras tendencias espirituales. En la clase dedicada al espíritu nacional, nos hablaban de Onésimo Redondo y Ramiro Ledesma Ramos, de Daoíz y Velarde, de José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco Bahamonde. Yo llevaba pantalón corto. A los diez años pasé al pantalón bombacho, también llamado de golf y a los trece me pusieron de largo. Mi entorno familiar era de una asepsia política total, por lo cual no tuve que escoger y todo lo que me enseñaron me lo creí al pié de la letra. Cuando empecé a trabajar iba descubriendo cada día otra realidad. Había otra lengua, la mía, la de Catalunya. Habían otros paises, otras culturas, otras religiones, otras políticas que me enseñaron la palabra dictador. Ni los buenos lo eran tanto por haberme engañado, ni los malos se irían al infierno por deseo de ellos. En el año 64 celebraron los 25 de paz, la de ellos. Ayer celebraron los 25 de la Constitución, la de ellos. Es hora que la vistan de largo y se ponga al día. Los menores de ésa edad así la reclaman y que esté de acorde con otros nuevos tiempos. Aprendamos del pasado para no cometer en el presente los errores que en el futuro hayamos de lamentar. Estoy seguro que hay muchos buenos en el infierno y bastantes malos en el cielo. Empecé siendo bueno y hoy soy un poco malo. Creo que iré al cielo, eso sí, con SALUT I LLIBERTAT.

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