13.11.03

Estamos todo el día juntos, es mi mejor amigo y su compañía es gratificante. Me refiero a mi perro, es de raza Cocker Spaniel, el pelo es de color fuego, tiene cinco años y atiende por Rohn. Cada día lo saco a pasear dos veces, siempre a las mismas horas, más o menos pasadas las siete de la mañana y tarde. Cuando se acerca la hora del paseo y como si llevara un reloj, empieza a dar vueltas y ponerme las patas encima para avisarme que me vaya preparando. Le coloco la correa en el arnés, me pongo un diario bajo el brazo para recoger sus excrementos y nos lanzamos al paseo cotidiano. Nos cruzamos con grupos de dos ó tres personas que van a su trabajo o camino de su casa. Su conversación en el noventa por ciento de los casos es en castellano. Vivo en la parte alta del barrio de Gracia, en donde se supone debemos ser la mayoría nacida en Barcelona, pues así y todo prevalece, a pesar de lo que digan en España, el idioma del imperio. En mi escalera la mitad hablamos en catalán, por lo menos es un cincuenta por ciento. Mi padre, su padre y yo nacimos catalanes, pero nuestras respectivas esposas han sido gallega, andaluza y castellana de Soria, y por tradición familiar, en el hogar se habla castellano.
Hoy mi perro ha tenido la visita de un colega. Se llama Bilbo, de raza Westie y tiene cuatro meses. Es una bolita blanca vivaz y juguetona. Ellos no pueden votar, pero sí lo harán sus respectivos dueños, por un mejor futuro pleno de SALUT I LLIBERTAT.

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