20.11.03

Esta mañana he tenido que ir al tanatorio de Sancho de Avila a dar la última despedida por el fallecimiento de un vecino de mi escalera. Tenía 78 años y vivía en el entresuelo. Descanse en paz. Para desplazarme he cogido el metro y estaba escuchando la conversación que mantenían dos mujeres. La una catalana, la otra castellana y durante todo el trayecto cada una se expresaba en su lengua sin que en ningún momento titubearan en las respuestas. Es un ejemplo admirable de integración y respeto por ambas partes que debiera ser común en las relaciones con personas de otras lenguas. Hoy hace 28 años, eran las seis de la mañana, iba camino de mi trabajo en el 124 y al enfilar la calle Guipúzcoa, oigo por la radio del coche, el parte del equipo médico habitual dando cuenta de la muerte del Dictador. Era inevitable el desenlace por los muchos avisos que nos iban preparando desde hacía días. Abrí las puertas del negocio y continué preparando las rutas de los camiones para el reparto diario de las aguas minerales. Cuando llegué a casa por la tarde, encontré un gran jolgorio por parte de mis cinco hijos: tenían fiesta en sus respectivos colegios durante toda una semana, por lo cual cogimos los bártulos y nos fuimos a Collbató para que disfrutasen de la semana sabática. Dada su corta edad ignoraban el alcance del suceso acaecido y las consecuencias que para su futuro les depararía el inicio de otro destino que deseábamos fervientemente cambiara el panorama agobiante de los últimos cuarenta años. Hoy si brindo por tener, aunque sea con dificultad y más bien escasa, ésta democracia que nos permite tener SALUT I LLIBERTAT.

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