15.4.04

En el local que durante veinte años fue el despacho y almacén donde inicié mis pasos en el mundo del trabajo, bajo la dirección de mi padre, la actividad que desarrollábamos era un poco molesta para los vecinos. La carga y descarga de mercancías, la ocupación de parte de la acera (con licencia) como depósito improvisado de éstas. El golpeo contra las paredes al apilar las cajas de madera de agua mineral. El irritante golpeteo de las cajas de plástico, deslizándose sobre la humedecida plataforma de los camiones de veinte toneladas.

Justo enfrente del local, había la entrada de vehículos al palacete de Julio Muñoz Ramonet, de cuyo vado hacíamos buen uso.

En el almacén contiguo al nuestro, ejercía su actividad una empresa dedicada a la venta y reparación de neveras de importación.

Dos edificios mas arriba, una librería proveía a los estudiantes del Instituto Ausias March, los bolis BIC.

En la esquina con Aribau, un colmado. En Santa Petronila, una granja. En la plaza Cardona, el taller del 600.

Hoy nuestro negocio es un bar de alterne hasta la madrugada, el de las neveras, un club privado, la librería se ha recalificado como una solución para los ejecutivos. Los de la esquina, te esperan para la primera copa y te invitan a la segunda. Y en el taller del chispa, despedidas de soltero con fiestas sado y strip tease.

Viejos tiempos de trabajo y lucha por un porvenir, llenos de ilusión.
Nuevos tiempos de placer erótico e irresponsable, sin meta de futuro.

Como rúbrica a las efemérides, hoy recordamos el iceberg que puso punto final al mayor transatlántico del mundo, el TITANIC.

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