18.11.03

Había una vez una alondra que se juntó con otra de su especie y volaban bajo un cielo azul intenso que cubría la llanura castellana. Siempre estaban planeando sobre su territorio y los de otros, vigilando con gran empeño para que nadie ocupara su nido que creían en propiedad perpetua. La sombra de sus alas es alargada y aciaga. De su pico salen sonidos parecidos al gr-aznar de los cuervos. Cree que a sus crías les va a disparar un cazador del norte, que no tiene permiso de caza en su particular territorio y más que cazador lo ven como terrorista que desea derribar a bombazos su palacio de oro, levantado con el esfuerzo y el dinero de sus vasallos. Este supuesto relato no lo leí en los cuentos de mi niñez , que fueron Flechas y Pelayos, El Capitán Trueno, Roberto Alcázar y Pedrín, el TBO y Mortadelo y Filemón entre otros. Mi padre me los traía de Barcelona a San Clemente de Llobregat donde pasábamos el verano en una pequeña casita que tenía un huerto en el que había plantados tomates, patatas, ensaladas, judías y árboles frutales, amén de alguna chumbera. En la parte trasera de la casa había un pozo de agua cristalina y fresquita. Desde la terraza que allí había, se veía la carretera que venía de San Boi por la que llegaba mi padre en bicicleta, haciendo sonar el timbre para que mi hermano Julio y yo fuéramos a recibirle con la ilusión de leer los tebeos de la semana. En las fiestas del pueblo que caían en Agosto, montaban en la plaza un entoldado con su orquesta y los bailes que en los cuarenta estaban de moda. No había alondras. Era un gran cóndor negro que se comía a los niños malos, a muchos que nunca quisieron jugar con su camada. Nuestro cielo también es azul, mucho más azul y más puro pero sobre su fondo no tenemos ni alondras ni cóndores, ni cuervos torvos, tenemos cuatro barras rojas, las de la SALUT I la LLIBERTAT.

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