4.10.04

Hace media hora que ha despuntado un nuevo día. Es un placer a ésta temprana hora de un Domingo, salir a pasear como todos los días con mi leal y entrañable Rohn. Enfilamos acera arriba con parsimonia, deteniéndonos cada diez metros para que entre cada coche aparcado en la calzada alivie su vejiga. Al final enfilamos por el paseo que desemboca en el Parc Güell, lugar de esparcimiento de todos y todas las mascotas del barrio, de todos los tamaños, edades y razas. Bajo mi brazo siempre llevo un periódico enrollado para recoger eso, los habituales seguimos la norma.








Mientras disfruto de ésta paz y respirando hondo la suave brisa que nos envuelve, miro desde esta magnífica atalaya toda la sierra de Collcerola, el Tibidabo y los barrios que se deslizan por su ladera.

Rohn y yo nos hemos sentado en un escalón de la empinada escalera de acceso a éste maravilloso rincón de mi querida Barcelona. Le he explicado lo feliz que fui ayer por haber podido celebrar junto a toda mi familia mi cumple. Lo que empezó siendo dos, hoy ya somos 18 y lo que venga. Siendo necesario espacios mas amplios para acoger tan prolífica prole, ésta vez nos hemos reunido en casa de Manolo y Conchi, mis queridísimos cuñados, casi mis hermanos pequeños por lo que representan en mi vida.










Le expliqué toda la fiesta, las fotos, los regalos, los brindis, la tarta con un 68 y sorpresa piromusical, abrazos, besos y el orgullo que sentía de haber dado a éste mundo una semilla de amor y respeto que se perpetuará cuando ya no esté.

Le miré a los ojos, grandes y agradecidos. Lo había entendido todo y dándome unos lametazos de contento, reemprendimos la vuelta a casa para escribir ésta página de mi historia que la cuento tal como es.

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