ZAFARRANCHO

Hay palabras que me suenan rotundas, contundentes. Según la definición del diccionario, ésta se refiere en términos marinos a la acción de desembarazar una parte de la embarcación para dejarla dispuesta a determinada faena,
Se dice zafarrancho de combate y también zafarrancho de limpieza.

Nuestra casa es lo mas parecido a una nave en ésta última acepción. De los armarios vamos sacando las cajas que guardan los adornos de pasadas navidades, algunos los desechamos por haber cumplido en varias ocasiones su cometido; hay que reemplazarlos por otros nuevos.
El árbol estrena decorado y las bombillas de último diseño parpadean intermitentemente. Ha sido necesario desplazar algunos muebles para situarlo adecuadamente y aprovechamos la circunstancia para que el aspirador ataque hasta el último rincón.
Alfombras, cortinas, lámparas, vajilla, cristalería, cubertería, techo, puertas y parquet no escapan a la implacable actuación de nuestro métodos limpiadores.









Antaño solíamos hacerlo entre semana, cuando los peques estaban en el colegio y a partir del comienzo de las vacaciones navideñas, la casa era un gran mundo de ilusión. Los juegos para entretenerlos, las cartas a los Reyes y las salidas al parque de atracciones de Montjuïc o una visita al Camp Nou, eran los rituales establecidos para su esparcimiento y alegría.

Entonces no poníamos abeto. Por tradición familiar instalábamos el nacimiento que compartía espacio con los demás elementos decorativos confeccionados por todos nosotros. Es incomparable el ambiente de felicidad que una familia numerosa disfruta con la algarabía constante de los hijos que inunda de alegría nuestras vidas.

Hoy ya son mujeres y hombres adultos que traspasan el testigo a sus hijos, nuestros nietos, que nos hacen revivir tan bello pasado con renovada ilusión.